Melisa Trad: “Pareciera ser que Israel tiene derecho a la defensa pero palestina no a pesar de año de ocupación”

Melisa Trad es periodista y reportera especializada en el conflicto de medio oriente donde vio las tensiones y los conflictos de la región con sus propios ojos. También tiene un Master en Seguridad Internacional de la Universidad de Glasgow. Tuvo la gentileza de contar sus análisis y experiencias sobre un conflictivo que mantiene al mundo en vilo.

P: Melisa es periodista y corresponsal especializada en política global y tiene un máster en seguridad por la Science, Technology and Research Early College High School at Erasmus. Comenzamos con una pregunta amplia: ¿cómo definirías la situación global que estamos viviendo? Se habla de una transición hegemónica entre Estados Unidos y China con diferentes escenarios. A veces se menciona la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial abierta; otras, de una guerra híbrida y fragmentada. También están las alternativas de un escenario de bipolaridad mundial o incluso de lo que se llama pluripolaridad o multipolaridad.

MT: Si tuviera que definir este momento, lo haría como una crisis de las instituciones. En el plano internacional, estamos viviendo un problema de gobernanza global, una discusión sobre cómo coexistimos y nos ponemos de acuerdo en cuestiones básicas.

El siglo pasado estuvo marcado por intentos de establecer una gobernanza global, más allá de sus limitaciones. Ahora estamos en un momento de crisis, donde la disputa entre Estados Unidos y China lleva tiempo gestándose, pero la invasión rusa a Ucrania ha alterado también el lugar que Rusia parece querer ocupar en el mundo.

Históricamente, las Naciones Unidas han estado marcadas por la influencia de las grandes potencias con derecho a veto. Es casi ridículo pensar que esta institución puede ser abierta y democrática. Lo que está haciendo Israel en Medio Oriente, por ejemplo, refleja una crisis total del derecho internacional y de las narrativas que utilizamos para hablar de estos temas.

Un ejemplo de esta hipocresía lo vemos en el tratamiento de los refugiados. Cuando Rusia invadió Ucrania, periodistas europeos dijeron que los ucranianos “son como nosotros”, en referencia a su raza y cultura. Pero cuando hablamos de otras nacionalidades, como los sudaneses, no sucede lo mismo. Hace poco estuve en Suecia, donde vi que las personas con pasaporte ucraniano podían entrar gratuitamente a un museo. Le pregunté a un empleado si eso aplicaba también para un palestino, y la respuesta fue negativa.

Menciono esto porque la geopolítica permea todo lo que hacemos. Si no buscamos alternativas a estas narrativas enquistadas, seguimos reproduciendo un colonialismo disfrazado que perpetúa las desigualdades.

P: Yendo al conflicto de Medio Oriente, ¿hay algo distinto en este conflicto o en esta apertura de conflicto en comparación con otros casos, especialmente en relación con la figura internacional que tiene Israel? Me refiero a la centralidad diplomática que ocupa actualmente en las Naciones Unidas y su relación con otras potencias, que no es la misma que en otros momentos. Esto está generando otros niveles de tensión. Entonces, si tuvieras que hacer una línea de tiempo, ¿dónde pondrías el punto de estallido de este conflicto?

MT: La relación entre israelíes y palestinos siempre ha sido conflictiva, incluso desde antes de la creación del Estado de Israel en 1948. Este hecho provocó un cambio significativo en los equilibrios de poder en la región. Cuando fui corresponsal en Palestina, me impactó la frecuencia con la que ocurren violaciones sistemáticas a los derechos humanos de los palestinos. Es algo constante, pero el mundo suele prestar atención solo cuando hay una escalada significativa de violencia o cuando Israel sufre ataques directos.

Para muchos en Argentina, el conflicto parece haber comenzado el 7 de octubre, como si antes no hubiera pasado nada. Sin embargo, el trasfondo es mucho más complejo y profundo. Si analizamos lo ocurrido antes de esa fecha, encontramos un contexto de tensiones continuas que rara vez se discuten en detalle. En los días previos, por ejemplo, hubo casos de violencia de colonos israelíes en pueblos palestinos como Judá, donde se quemaron casas y asesinaron civiles. Estos hechos no ocuparon titulares internacionales.

Si tuviera que trazar una línea de tiempo, incluiría momentos clave como la creación del Estado de Israel, la Guerra de los Seis Días en 1967, la Guerra de Yom Kipur en 1973, las Intifadas y los intentos de acuerdos de paz. Sin embargo, lo sucedido el 7 de octubre, con el ataque de Hamás, marcó un punto de inflexión al atraer nuevamente la atención mundial. Este ataque, que incluyó crímenes de guerra como el secuestro de civiles, despertó una reacción masiva por parte de Israel, que muchos consideran desproporcionada y constitutiva de castigo colectivo al pueblo palestino.

P: Entonces, ¿cómo evalúas lo que ha sucedido desde ese momento?

MT: Lo que ha ocurrido desde el ataque de Hamás es de una magnitud que no habíamos visto en nuestra generación. La respuesta de Israel ha implicado una devastación sistemática de Gaza y ha suscitado investigaciones internacionales. Por ejemplo, la Corte Internacional de Justicia está evaluando si los actos de Israel constituyen un genocidio. Este no es un término retórico, sino un concepto legal que se está considerando en este caso.

Como periodista, creo que debemos mirar la situación desde una perspectiva más amplia. Antes del 7 de octubre, la violencia cotidiana ya era una realidad para los palestinos, desde los checkpoints (puestos militares del Ejército israelí) que limitan la movilidad en Cisjordania hasta el bloqueo total de Gaza, que, aunque Israel abandonó en 2005, sigue bajo su control en términos de espacio aéreo, marítimo y terrestre.

Además, esta escalada pone de manifiesto una impunidad sin precedentes. El Consejo de Seguridad de la ONU, que tiene potestad para intervenir militarmente si lo considerara necesario, no ha actuado debido al veto de Estados Unidos. Este país, junto con Alemania en menor medida, sigue proveyendo armas a Israel. Incluso cuando escuchamos al presidente Biden declarar líneas rojas, como que no se permitiría la invasión de Rafah, Israel ha cruzado esas líneas sin consecuencias.

P: ¿Crees que hay algo distinto en el contexto político interno de Israel que influya en esta situación?

MT: Definitivamente. Israel está liderado actualmente por un gobierno de extrema derecha que no solo endurece las políticas hacia los palestinos, sino que también enfrenta oposición interna significativa. Vemos a las familias de los rehenes saliendo a las calles constantemente exigiendo soluciones, pero las voces críticas dentro de Israel enfrentan numerosos obstáculos.

Estamos en un momento en el que Israel parece tener vía libre para actuar sin restricciones, ya sea por falta de respuesta de los mecanismos internacionales formales o por la dinámica geopolítica que sostiene a su gobierno actual. Esto refleja una crisis no solo en el terreno, sino también en la estructura del derecho internacional.

P: Existen dos posturas respecto a las limitaciones de Estados Unidos para marcar límites a Israel. Por un lado, está la idea de que Estados Unidos, aunque es cuidadoso en términos discursivos, otorga vía libre al accionar bélico israelí. Por otro lado, hay quienes plantean que tal vez Estados Unidos realmente no tiene control sobre las acciones de Israel, lo que reflejaría un declive en su capacidad hegemónica.

MT: Sobre Estados Unidos, creo que hay que analizar esto por partes. Sin duda, Israel es una potencia por derecho propio. Es una potencia nuclear, con un know-how avanzado, un arsenal significativo y un sistema de ocupación consolidado. Hoy en día, Israel tiene la capacidad de actuar más allá de la influencia de Estados Unidos.

Al mismo tiempo, no podemos ignorar que Estados Unidos sigue aprobando grandes sumas en ayuda militar para Israel desde su Congreso. Esto es un hecho tangible que refleja su involucramiento. Aunque es cierto que el peso de Estados Unidos en la región puede haber disminuido con el tiempo, sigue manejando las riendas en muchos aspectos.

Históricamente, Estados Unidos ha jugado el papel de mediador en el conflicto entre Israel y Palestina, aunque este rol sea cuestionable considerando su constante apoyo a Israel. No obstante, surge una pregunta importante: ¿a quién escucharía Israel hoy en día si no fuera a Estados Unidos? Tal vez a nadie, dado el contexto actual. Pero, de cualquier manera, Estados Unidos sigue siendo un actor clave en la dirección que tome este conflicto.

En el interior de Estados Unidos, el gobierno enfrenta numerosas protestas contra su apoyo a Israel, y esto refleja una gran dificultad para equilibrar las posturas más progresistas del Partido Demócrata con su tradicional respaldo a Israel. Este dilema político podría influir en las próximas elecciones. Por ejemplo, será interesante observar cómo reacciona el electorado en territorios donde hay una alta población árabe y cómo esto afecta los resultados.

Además, no podemos olvidar la influencia de los lobbies israelíes en la política estadounidense, que han limitado las acciones de muchos líderes en este contexto. Por eso, aunque Estados Unidos enfrenta contradicciones internas y externas, su papel en el conflicto sigue siendo crucial, tanto en el presente como en lo que ocurra a futuro.

P: ¿Qué escenarios ves en torno a Medio Oriente en un eventual triunfo de Kamala Harris o de Donald Trump? Es bastante amplio, pero es interesante deslizarlos antes de entrar en Irán y China.

MT: No tengo grandes esperanzas para la región, independientemente de quién gane. Ambos candidatos presentan posturas que, aunque diferentes, no prometen cambios sustanciales.

El Partido Demócrata, por ejemplo, intenta imponer ciertos límites a Israel, aunque de manera simbólica y retórica, más como eufemismos que como acciones concretas. Escuchamos discursos de figuras como Kamala Harris que, si bien mencionan al pueblo palestino y reconocen que tienen derechos, al final priorizan la seguridad de Israel. Esto perpetúa una narrativa global donde parece que solo Israel tiene derecho a la seguridad, mientras que la violencia sistemática contra los palestinos pasa desapercibida, incluso en períodos de menor tensión.

Por otro lado, Donald Trump y el Partido Republicano son mucho más explícitos en su apoyo a Israel. Trump ha elogiado públicamente a Netanyahu, justificando sus acciones bajo el argumento de que “hizo lo que tenía que hacer”. Al mismo tiempo, Trump ha mostrado un discurso aislacionista en política exterior, cuestionando por qué Estados Unidos debería gastar recursos en otras regiones. Sin embargo, sigue alineado con Israel de manera incondicional.

En resumen, aunque las retóricas puedan diferir, ambos candidatos priorizan la seguridad de Israel, y ningún escenario parece garantizar un enfoque equilibrado que contemple también los derechos de los palestinos.

Respecto de Irán, hemos visto que su posición es más compleja de lo que aparenta. Aunque históricamente ha sido un actor clave en la región, respaldando a grupos como Hamás y Hezbolá, parece haber señales de limitaciones en su capacidad de respuesta. Por ejemplo, después del ataque del 7 de octubre, Irán ha hecho declaraciones, pero sus acciones han sido relativamente moderadas.

En varios casos recientes, como el ataque israelí a instalaciones iraníes en Siria o el asesinato de figuras políticas importantes vinculadas a Irán, la respuesta ha sido tardía o simbólica. Esto sugiere que Irán no está interesado en escalar el conflicto hacia una guerra abierta con Israel, probablemente porque reconoce las limitaciones de su poderío militar en comparación con la capacidad israelí.

Por otro lado, China adopta un enfoque diferente. Busca posicionarse como un mediador influyente, pero con un estilo distinto al de Estados Unidos. En lugar de intervenir directamente en los conflictos, China promueve acuerdos estratégicos, como el reciente acercamiento entre Arabia Saudita e Irán, que ha tenido un impacto significativo en la región. Esto ha llevado a una reducción de las hostilidades en lugares como Yemen, aunque no signifique una resolución completa.

Además, China parece estar interesada en una estabilidad regional que le permita mantener su enfoque en otros frentes, como Taiwán y Ucrania. Su estrategia refleja un modelo de influencia más discreto, pero no menos efectivo, en comparación con el intervencionismo tradicional de Estados Unidos.

Finalmente, países como Qatar también están desempeñando un papel crucial. Han estado involucrados en negociaciones y mediaciones entre Israel y Hamás, aunque muchas de estas conversaciones se realizan fuera de la vista pública. Qatar, al igual que China, actúa como un actor clave detrás de bambalinas, intentando influir en el conflicto desde una posición más neutral.

P: ¿Cómo ves la situación de Europa en este momento? No solo desde el punto de vista de sus propios conflictos sociales, como la crisis migratoria y las tensiones sociales asociadas, sino también considerando el resurgimiento de derechas muy diversas entre sí. Algunas son más liberales, otras más nacionalistas, pero todas tienen discursos diferentes. Es un fenómeno amplio, que incluso no se parece necesariamente a lo que ocurre en América Latina. Además, está la situación de la Unión Europea, que parece haberse convertido en una especie de cascarón vacío. ¿Cuáles son tus observaciones como reportera que ha estado allí recientemente?

MT: Creo que diste en el clavo al mencionar la cuestión de las migraciones, especialmente la migración forzada. No estamos hablando solo de personas que desean ingresar a Europa por decisión propia, sino de quienes huyen de situaciones de peligro extremo en sus países de origen.

Europa, en general, no ha asumido plenamente las consecuencias de estas migraciones ni de cómo han transformado sus propias demografías. Hay una necesidad evidente de reconfigurar identidades nacionales en varios países, pero esto sigue siendo un tema pendiente. Además, muchos de los problemas que obligan a las personas a migrar están directamente relacionados con las políticas económicas y comerciales de Europa en esas regiones. Es decir, Europa contribuye a las condiciones que hacen insoportable la vida en algunos países, y luego se desentiende de las consecuencias.

Las personas no dejan su tierra, su hogar y sus raíces por gusto. La migración suele ser una decisión forzada, y cuando esto no se entiende, se perpetúan narrativas peligrosas. Europa, por ejemplo, enfrentó una crisis de refugiados significativa con Siria, y algo similar ocurre con la migración desde África. Sin embargo, en lugar de buscar soluciones inclusivas, estas situaciones han generado un caldo de cultivo para el auge de movimientos de extrema derecha.

En momentos de crisis, como la pandemia, vimos cómo estas derechas aprovecharon para radicalizarse. Diseminaron narrativas que culpaban a los gobiernos de las medidas de cuarentena y restricciones, generando desconfianza y ganando adeptos. Esto, sumado a la crisis migratoria, ha permitido que discursos xenófobos cobren fuerza, incluso en lugares donde no hay una presencia significativa de migrantes.

Un ejemplo claro es la AfD (Alternativa para Alemania) en Alemania, un partido de extrema derecha que gana apoyo en regiones con poca o ninguna migración. Esto muestra que muchas veces los discursos radicales no reflejan la realidad, sino que manipulan temores y prejuicios. También encontramos paradojas en sus argumentos, como la idea de que los refugiados “quitan trabajos” y al mismo tiempo “viven de ayudas sociales”.

Con relación a la Unión Europea, parece desconectada de las voces del pueblo en varios sentidos. Un ejemplo claro es la postura frente al conflicto entre Palestina e Israel. Durante los últimos meses, he visto banderas palestinas en muchos edificios europeos, un reflejo del apoyo popular. Sin embargo, las instituciones de la Unión Europea siguen adoptando una postura rígida en defensa de Israel, priorizando su seguridad en los discursos oficiales.

Esto contrasta con las acciones de algunos gobiernos y los sentimientos del pueblo, lo que lleva a cuestionar hasta qué punto las instituciones realmente representan a sus ciudadanos. Esta desconexión no solo se limita al tema de Palestina, sino que afecta muchas áreas, incluyendo las políticas migratorias, económicas y sociales.

Europa necesita enfrentar estas tensiones internas y externas, redefinir sus prioridades y abordar los desafíos con una perspectiva más inclusiva y representativa. De lo contrario, corre el riesgo de profundizar las brechas sociales y políticas, mientras la extrema derecha sigue ganando terreno.

P: Para cerrar la entrevista, queremos preguntarte por México. Estuviste allí recientemente, y nos interesa tu observación sobre este país en el contexto de América Latina. A menudo vemos paradojas en la región: por un lado, varios países están liderados por gobiernos de corte popular o progresista, como Chile, Brasil, Colombia y Bolivia, además del eje ALBA (Nicaragua, Venezuela y Cuba). Sin embargo, estos gobiernos enfrentan constantes críticas y están en tela de juicio.

En ese escenario, México parece destacar con un balance distinto. No se alineó plenamente con el bloque ALBA, pero implementó reformas estructurales importantes. Además, el gobierno saliente logró mantener una imagen positiva, y la alternancia dentro del mismo partido con la elección de Claudia Sheinbaum parece apuntar a una continuidad. ¿Qué observaste de México durante tu estancia y qué reflexiones tienes sobre América Latina en general?

MT: México es un caso fascinante para analizar. Antes de estar allí, percibía muchas críticas hacia AMLO, especialmente desde ciertos sectores mexicanos que seguía. Había una narrativa de que, aunque llegó con un discurso de izquierda, sus políticas no siempre reflejaron esa orientación. Sin embargo, estando en México, lo que noté fue que, a pesar de las divisiones, AMLO se retiró con una imagen positiva muy fuerte. Esto quedó evidenciado en el triunfo de Claudia Sheinbaum, que refuerza la confianza de una parte importante del electorado en este proyecto político.

Ahora bien, habrá que ver si Sheinbaum representa una continuidad real del gobierno de AMLO o si introduce cambios significativos. Esa es una pregunta que el tiempo responderá.

En cuanto a su relación con América Latina, creo que a veces tendemos a buscar modelos regionales únicos, pero olvidamos las particularidades de cada país. México tiene dinámicas sociales, políticas y económicas muy específicas que no necesariamente son replicables en toda la región. Por ejemplo, algo que me impactó profundamente durante mi tiempo allí fue la situación de los periodistas. El nivel de riesgo que enfrentan es altísimo; diariamente hay noticias de asesinatos y amenazas. Esto, sumado a la influencia del narcotráfico, genera un panorama extremadamente complejo.

El narcotráfico no es solo un problema interno de México, sino uno que atraviesa fronteras y afecta a toda la región. Países como Ecuador han visto un incremento alarmante de violencia vinculada a los cárteles en muy poco tiempo, lo que demuestra que es un desafío regional. México, por su peso político y económico, tiene un papel importante que jugar, pero todavía no sabemos cómo será este papel bajo el nuevo gobierno.

Aunque considero que la experiencia mexicana ofrece reflexiones interesantes, pero no diría que es un modelo universal para la región. América Latina necesita repensar su futuro de manera colectiva, pero también realista. No podemos aferrarnos a una visión nostálgica de un pasado en el que varios gobiernos progresistas parecían estar alineados.

Es fundamental proyectarnos hacia adelante con ideas nuevas que respondan a los desafíos actuales, como la tecnología y el cambio climático. También debemos preguntarnos cómo queremos delimitar nuestra región y qué objetivos compartidos podemos establecer.

En este sentido, aunque compartimos muchas luchas, no siempre tendremos las mismas prioridades o contextos. México, por ejemplo, tiene una relación muy distinta con Estados Unidos, y eso marca sus dinámicas. Pero lo que sí podemos tomar como aprendizaje es la necesidad de generar propuestas claras y sólidas para proyectarnos en el escenario global.