Francisco Taiana es historiador, analista político internacional y sinólogo. Autor de “Argentina, China y el mundo (1945-2022)” y “Julio Argentino Roca – Un lugar incómodo en el pensamiento nacional”.
Conversamos sobre China, su relación con Rusia y Estados Unidos, los desafíos de América Latina y paseamos por varias regiones del globo para intentar entender este nuevo sistema multipolar.
E: ¿Cómo estás viendo la situación internacional? ¿Cómo caracterizás este orden internacional? Algunos lo denominan de multipolaridad, otros lo caratulan como un declive relativo de Estados Unidos. Existe también la hipótesis de que estamos ante una trampa de Tucídides: la idea de que en situaciones donde hay una potencia emergente y otra potencia en decadencia, estallan conflictos. Y a su vez, en el más de 80 por ciento de los casos de la historia, esto deriva en una guerra. Sin embargo, hay un debate de lo que está sucediendo. Nos gustaría saber qué lectura tenés vos de esta etapa histórica mundial.
FT: El orden mundial actual fue construido después de la Segunda Guerra Mundial bajo circunstancias muy específicas. Gracias al proceso de industrialización, los países europeos lograron obtener ventajas económicas, tecnológicas y militares que, en pocas generaciones, los colocaron muy por delante del resto del mundo. Europa contaba con varias potencias importantes, ninguna lo suficientemente fuerte como para imponerse sobre las demás, pero todas capaces de defender sus propios intereses. Una conquista total de Europa era imposible, por lo que las potencias europeas se volcaron al colonialismo, conquistando y acumulando territorios en África y Asia. Esto les permitió incorporar mercados para sus productos manufacturados y acceder a materias primas que alimentaban sus economías. Además, al expandirse, reducían las posibilidades de sus rivales de acceder a esos mismos recursos y mercados.
Cada imperio colonial europeo funcionaba como un sistema casi global, cerrado y autárquico, sin competencia directa entre sí. Por ejemplo, el Imperio Británico, que abarcaba Canadá, gran parte de África, la India y otras colonias, no tenía mucha interacción comercial con el imperio francés, que controlaba parte de África y regiones en Asia, como Vietnam, Camboya y Laos. Estos sistemas coexistían, pero esa estructura fue destruida por las dos guerras mundiales y la Gran Depresión.
Tras la Segunda Guerra Mundial, surgieron dos superpotencias: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y Estados Unidos. La URSS logró expandir el socialismo a gran parte de Europa del Este y Asia, especialmente después de 1949, cuando la República Popular China se unió al bloque socialista. Así, el socialismo pasó de estar limitado a un solo país a conformar un bloque que abarcaba desde Alemania del Este hasta Vietnam del Norte. Este crecimiento del socialismo alarmó a las demás potencias, especialmente a Estados Unidos, que en 1945 representaba más del 50% del Producto Bruto Interno (PBI) mundial.
La principal preocupación estratégica de Estados Unidos ha sido evitar que una potencia unifique Eurasia, ya que tal unificación le permitiría a esa potencia dominar los recursos y la capacidad productiva del continente, así como los océanos, algo que ha sido controlado exclusivamente por Estados Unidos desde 1945. Para contrarrestar la expansión soviética en Eurasia, Estados Unidos impulsó la disolución de los sistemas coloniales europeos, algo en lo que coincidían tanto Washington como Moscú. Con el tiempo, Estados Unidos reemplazó este sistema imperial por una economía globalizada, garantizando en teoría el libre comercio entre sus aliados y eliminando la piratería y las incursiones entre países rivales.
Para cercar al bloque soviético, Estados Unidos financió y reconstruyó a sus aliados. El Plan Marshall en Europa Occidental y la reconstrucción de Alemania Occidental son ejemplos destacados, al igual que la integración de Francia, Italia, Reino Unido, Turquía, Irán, Corea del Sur, Japón, Australia e Indonesia en esta alianza. Además, un evento crucial en la Guerra Fría fue el cisma sino-soviético en la segunda mitad de los años 50, cuando la URSS y China rompieron su alianza. Esto permitió que en los años 70 se produjera un acercamiento entre Estados Unidos y China, que a fines de esa década lanzó una política de reformas y apertura económica, abandonando el modelo de economía centralizada soviético. Así, China comenzó a transformarse en la potencia exportadora que conocemos hoy en día.
Para los años 80, el sistema soviético se volvió insostenible, en gran parte por el abandono del proyecto socialista por parte de la dirigencia del Partido Comunista de la Unión Soviética, lo que llevó al colapso de la URSS. Sin embargo, la arquitectura económica y de seguridad creada por Estados Unidos se mantuvo por varias décadas más. Ese período, caracterizado por una profunda integración económica y un progreso tecnológico sin precedentes, fue probablemente el de mayor transformación y bienestar global promedio en la historia.
Con el tiempo, este sistema global se ha vuelto cada vez más complejo. Un ejemplo importante de esta complejización fue en 1979, cuando el Shah de Irán fue derrocado y el país se convirtió en una república islámica, dando origen al extremismo islámico como fuerza política. Aunque a veces parezca arcaico o reaccionario, el extremismo islámico es un fenómeno político contemporáneo y reciente. Esta revolución no solo afectó a Irán, sino también a gran parte de Medio Oriente y Asia Central, generando una fuerza multinacional con alcance global que rompía con el esquema binario de la Guerra Fría.
China, aunque hizo importantes reformas económicas, sigue siendo hoy un país socialista gobernado bajo un sistema marxista-leninista. A pesar de su crecimiento económico, científico y militar, no ha abandonado sus aspiraciones de convertirse en una gran potencia mundial. Además, en las últimas décadas hemos visto el surgimiento de nuevos actores como la India, que también rompe con los esquemas de la Guerra Fría. La India ha mantenido una política exterior independiente y ha desarrollado un movimiento político autóctono, el nacionalismo hinduista, que refleja sus propios intereses y aspiraciones.
Durante los años 90, las relaciones entre Estados Unidos y China fueron cada vez más tensas, pero los atentados del 11 de septiembre de 2001 cambiaron las prioridades estadounidenses, enfocando sus esfuerzos en combatir el extremismo islámico. Esto condujo a la ocupación de Afganistán, la guerra en Irak y otros conflictos que aún no han terminado de resolverse. En este contexto, también hemos visto el resurgimiento de Rusia como potencia geopolítica. Aunque Rusia no tiene las dimensiones ni capacidades de la antigua Unión Soviética, ha demostrado ser una potencia regional capaz de defender su esfera de influencia, como se vio en la anexión de Crimea en 2014 y en la guerra en Ucrania desde 2022.
Desde la crisis de 2008, se han multiplicado los espacios multilaterales, como el G20, que ha ampliado el número de países con influencia en el sistema internacional. También han surgido foros como los BRICS o la Organización de Cooperación de Shanghái, que operan fuera de la hegemonía estadounidense, reflejando un mundo cada vez más multipolar.
E: ¿Qué mundo tenemos?¿Es una multipolaridad en ascenso?
FT: Lo describiría como un sistema multipolar. Muchas veces se habla de conceptos como la ‘Nueva Guerra Fría’, pero creo que caemos en paralelismos históricos que, aunque útiles, son imprecisos. Nos dirigimos hacia un mundo más parecido al del siglo XIX que al de la Guerra Fría, con varias grandes potencias, ninguna lo suficientemente fuerte como para imponerse sobre las demás, pero sí con la capacidad de defender sus esferas de influencia y sus intereses fundamentales.
Sin embargo, el término ‘orden multipolar’ no me parece adecuado, ya que no está claro que un mundo multipolar sea necesariamente ordenado. De hecho, la proliferación de conflictos y tensiones que observamos refuerza esta idea. Por otro lado, el sistema de economía globalizada que construyó Estados Unidos en 1945 no parece garantizarle los mismos beneficios a futuro, ya que el objetivo original —impedir el dominio soviético de Eurasia— se cumplió con la disolución de la Unión Soviética. Este sistema global, sustentado en la supremacía naval estadounidense (Estados Unidos es el único país capaz de patrullar todos los océanos simultáneamente), ha permitido el surgimiento de grandes rivales geopolíticos, como China. China ha sido uno de los mayores beneficiarios de este sistema económico global, que le ha permitido dar enormes saltos en productividad, desarrollo económico, científico y militar. Hoy, su PIB representa aproximadamente el 60-65% del PIB estadounidense en términos nominales, y se ha convertido en una potencia en ascenso que plantea a Estados Unidos un desafío cada vez mayor.
¿Hasta qué punto conviene a Estados Unidos continuar defendiendo este sistema global? Esa es una de las grandes preguntas para las próximas décadas. Hemos visto un creciente sentimiento aislacionista en Estados Unidos —aún no mayoritario, pero en aumento— en una población que enfrenta un deterioro sostenido en su calidad de vida, dificultades económicas y que se pregunta cada vez más por qué mantiene tantos compromisos alrededor del mundo. En esta elección, observamos una clara diferencia entre la candidata demócrata, Kamala Harris, que representa una postura más globalista e internacionalista, y el candidato republicano, Donald Trump, con una posición claramente más aislacionista. Un ejemplo clave es la guerra en Ucrania: Harris sostiene que Estados Unidos debe mantener el apoyo al esfuerzo bélico ucraniano con todos los recursos necesarios, mientras que Trump defiende que la guerra debe terminar cuanto antes.
Por otro lado, algunos factores internos en diversos países generan serias dudas sobre la continuidad de su desarrollo económico. Uno de los fenómenos que probablemente tomará una relevancia creciente es el colapso demográfico por caída de la natalidad y envejecimiento de la población. Este es un fenómeno propio del mundo industrial contemporáneo, y traerá crecientes dificultades para muchas de las economías más avanzadas. A fin de cuentas, la mayoría de los sistemas y teorías económicas actuales están basados en el crecimiento poblacional sostenido.
A medida que las sociedades envejecen y tienen una proporción creciente de ciudadanos retirados (tengan o no sistemas de pensiones) y menos personas jóvenes, la población comenzará a reducirse de forma sostenida. Esto plantea serias dudas sobre la capacidad de mantener una economía funcional, ya que, al ser un fenómeno sin precedentes en la historia humana, nadie sabe realmente qué sucederá. ¿Qué tan negativo será? ¿Cuánto se extenderá este fenómeno? ¿Existe algún momento en que se detenga o algún modo de mitigarlo? O, por el contrario, ¿es ya demasiado tarde para revertirlo?
E: En este sistema multipolar, ¿qué rol jugaría América Latina y qué rol jugaría África?
FT: En cuanto a África, soy particularmente optimista a largo plazo. A diferencia de otras regiones que enfrentan problemas de envejecimiento poblacional, África se encuentra en una situación distinta: está atravesando una explosión demográfica, con una gran cantidad de jóvenes y una población en rápido crecimiento. Esto puede ser muy desestabilizante, pero por razones diferentes. África es una región del mundo que aún enfrenta importantes hipótesis de conflicto. Por ejemplo, el caso de Etiopía, un país con unos 100 millones de habitantes que ha experimentado el conflicto más sangriento del siglo XXI hasta la fecha: la guerra civil de 2020 a 2022. Las condiciones estructurales de la región sugieren la posibilidad de futuros conflictos.
Al norte de Etiopía, en Sudán, se ha desatado una guerra civil que lleva ya dos años y se está volviendo cada vez más cruenta. También está la situación de Libia que, desde la caída de Muamar Gadafi y su guerra civil, se ha consolidado básicamente como un país dividido en dos y en un conflicto congelado, pero que siempre podría reavivarse. Más al norte de Sudán y al este de Libia, encontramos Egipto, un país de más de 100 millones de habitantes que enfrenta problemas económicos estructurales difíciles de resolver.
Esta es una región del mundo que sufrirá los efectos del cambio climático, sin beneficios. Su población se ha expandido notablemente gracias al crecimiento de la producción agrícola. Sin embargo, la producción agrícola moderna es, en gran medida, una actividad industrial que depende de los fertilizantes. En África, esto es particularmente crítico. Cualquier conflicto militar que afecte el suministro de fertilizantes podría crear serios problemas para la región en poco tiempo.
Por otro lado, América Latina parece estar en una posición relativamente favorable para el futuro cercano del siglo XXI. Aunque la natalidad ha disminuido y la población está envejeciendo, la región no enfrenta los problemas demográficos de Europa o Asia. Algunos países latinoamericanos, como México, tienen un futuro económico prometedor. La integración económica de México con Estados Unidos ha impulsado su producción manufacturera de manera significativa. Si Estados Unidos disminuye sus compromisos globales, México podría volverse cada vez más prioritario para su economía, ya que el comercio y la integración entre ambos países es esencial. Diría que México es uno de los pocos países que Estados Unidos realmente necesita.
Es cierto que América Latina ha tenido históricamente una demanda insatisfecha de inversiones de capital, y en general le cuesta acumular capital propio, lo que la ha hecho dependiente de inversión externa. Su vasta y accidentada geografía requiere grandes inversiones, especialmente en infraestructura, para alcanzar su potencial económico, que aún no se ha realizado plenamente. Además, la disponibilidad de capital barato en el mundo probablemente disminuirá en las próximas décadas.
Sin embargo, América Latina tiene importantes ventajas. Es, en general, una región de paz, con pocos conflictos interestatales y pocas amenazas existenciales. Es una región sin armas nucleares y que no enfrenta amenazas nucleares directas, lo cual es un aspecto geopolítico importante. Además, está alejada de las principales zonas de conflicto en el mundo. Aunque es difícil prever que América Latina logre una influencia geopolítica significativa en las próximas décadas, creo que su objetivo geopolítico más importante será mantenerse al margen de conflictos externos y continuar desarrollándose internamente, una situación que podría beneficiarse de los conflictos geopolíticos en otras partes del mundo.
E: Considerando los crecientes conflictos geopolíticos que están emergiendo —como las guerras proxy y conflictos interestatales en lugares como Ucrania, la región del Medio Oriente y las tensiones en Taiwán—, y pensando en la teoría geopolítica clásica que describe a Eurasia como el ‘área pivote’ o ‘corazón del mundo’, ¿dirías que estos conflictos responden a las tensiones globales propias de un sistema multipolar en reconfiguración, o que se explican principalmente por factores internos y específicos de cada región sin un vínculo directo con estas dinámicas globales?
FT: Mi respuesta sería que ambas influencias están presentes. Por ejemplo, mencionaste el caso de Taiwán. Este es ciertamente muy delicado y representa una de las hipótesis de conflicto más peligrosas para el mundo. Por un lado, es un conflicto interno chino entre Beijing y Taipei, pero también es una situación que podría involucrar a Estados Unidos y otras potencias regionales, como Japón.
El conflicto en el Medio Oriente es, en parte, endógeno, aunque es una región que, especialmente en zonas como el Levante, Mesopotamia y la Península Arábiga, se configuró después de la descolonización con estados que no siempre responden a estructuras históricas, regionales, étnicas, lingüísticas o religiosas. Estas debilidades estructurales explican, en gran medida, los conflictos de la región, aunque las potencias extra-regionales, con intereses importantes allí, no contribuyen a que estas tensiones se resuelvan.
Además, muchos de estos conflictos están profundamente entrelazados. En el pasado, habría sido difícil ver una relación entre la guerra en Ucrania y los conflictos en el Medio Oriente. Sin embargo, la situación geopolítica actual ha fortalecido los vínculos entre Rusia e Irán, que ahora mantienen intercambios tecnológicos y militares que entrelazan estos conflictos de alguna manera. Por ejemplo, la guerra civil en Siria desencadenó una crisis de refugiados en Europa, una región que enfrenta un problema estructural difícil de resolver, especialmente si se considera el colapso poblacional y las crisis de refugiados actuales y potenciales.
La situación es muy compleja y plantea preguntas sobre la capacidad de Europa para mantener su cohesión social en medio de esta convergencia de factores. Además, hay países con posturas menos claras. India, por ejemplo, comparte con China el espacio de los BRICS, pero ve a China como su principal amenaza geopolítica. Al mismo tiempo, ha hecho ciertos acercamientos a Estados Unidos, aunque mantiene una cooperación militar de décadas con Rusia, que a su vez ha estrechado sus lazos con China en respuesta a la amenaza que ambos perciben desde Washington.
Por todas estas razones, rechazo conceptos como ‘Nueva Guerra Fría’. La Guerra Fría fue un fenómeno geopolítico particular, con dos bandos claramente definidos en un juego de suma cero. Nos dirigimos hacia un entorno geopolítico mucho más confuso, con relaciones mucho más entrecruzadas. India, por ejemplo, tiene buenas relaciones con Japón, que mantiene una distancia considerable con Rusia debido a la situación en Ucrania y al acercamiento entre Rusia y Corea del Norte, que Japón percibe como una amenaza.
Un país como Vietnam, que sigue siendo socialista, se ha acercado mucho a Estados Unidos en las últimas décadas para equilibrar la influencia de China, aunque también mantiene buenas relaciones con Rusia. En resumen, nos enfrentamos a un mundo cada vez más complejo y confuso en el ámbito geopolítico.
E: ¿Cuáles son los puntos o puentes de enlace que existen actualmente entre Rusia y China? ¿Qué es Rusia para China hoy y viceversa?
FT: Rusia y China se consideran mutuamente socios comerciales y políticos, y son aliados circunstanciales debido a sus relaciones crecientemente hostiles con Estados Unidos. Tanto Moscú como Beijing buscan mantener un alto nivel de intercambio y cooperación para compensar el poderío estadounidense y su vasta red de aliados, así como para proteger sus flancos débiles.
Para Rusia, Siberia representa una vulnerabilidad estratégica: queda muy lejos de Moscú, la densidad poblacional en la región asiática es baja, y la logística es compleja. Además, los rusos nunca han olvidado que la única vez que fueron conquistados fue por invasores de Mongolia. Esto hace que Rusia vea en la alianza con China un modo de asegurar esta región. Por su parte, China tiene su flanco vulnerable en el noroeste, desde donde históricamente ha sido invadida. Al fortalecer su relación, ambos países disminuyen la complejidad estratégica de defenderse simultáneamente en sus fronteras este y oeste, permitiendo que cada uno se concentre en un solo frente.
Sin embargo, persisten ciertos resquemores en la relación. A medida que crece el poderío económico chino, también aumenta su influencia en Asia Central, una región tradicionalmente bajo la influencia rusa, compuesta por países como Kazajistán, Kirguistán, Uzbekistán y Tayikistán. Este avance de China no es particularmente bien visto por Moscú. Además, aunque ambos países comparten un interés en oponerse a la expansión de la influencia estadounidense, sus tácticas e intereses intermedios difieren: China está mucho más integrada a la economía global que Rusia y, por lo tanto, es más vulnerable a sus fluctuaciones.
Desde la ola de sanciones en 2022, Rusia ha logrado mantener una economía relativamente funcional y blindada del sistema económico global. En cambio, China sigue necesitando crecimiento y, para lograrlo, depende de sus exportaciones e importaciones. Esto le da a China un interés estratégico en la estabilidad de la economía mundial, un interés que Rusia no comparte. De hecho, a Rusia le resultaría más beneficioso un colapso económico global con múltiples conflictos, como uno en Medio Oriente que paralice el comercio de petróleo, pues emergería como uno de los principales proveedores, un escenario desastroso para la economía china.
Así, la relación entre ambos países es compleja y ambivalente. Aunque Xi Jinping y Vladimir Putin han desarrollado una relación interpersonal fluida, esto habla más de sus capacidades diplomáticas que de una alineación estructural de intereses estratégicos. Putin y Xi están muy lejos de los años dorados de las relaciones sino-soviéticas entre Stalin y Mao, cuando un proyecto común de revolución mundial y expansión del socialismo subordinaba cualquier otra consideración.
Es probable que esta relación continúe siendo buena; sin embargo, esto no garantiza que, si algunas circunstancias cambian, especialmente el nivel de antagonismo estadounidense hacia uno u otro, las dinámicas entre Rusia y China no puedan transformarse rápidamente.
E: China, uno de los actores principales de esta orquesta internacional. ¿Cómo se traduce la preocupación histórica de China sobre el orden y el caos a la actualidad? ¿Cuáles han sido su principales preocupaciones a lo largo de la historia y sus problemáticas estratégicas en la actualidad?
FT: Las prioridades estratégicas de China han sido muy diferentes a lo largo de su historia. Tradicionalmente, su máxima preocupación fue cómo mantenerse unida. A lo largo de los siglos, China logró conservar su cohesión interna durante períodos de 100, 200 o hasta 300 años, seguidos por colapsos internos. Su historia está marcada por dinastías sucesivas, ya que en la antigüedad, salvo algunas excepciones, no hubo otros Estados en la región que pudieran compararse en poder al Imperio chino. Los peores episodios para China han sido sus conflictos internos: algunas de sus guerras civiles han causado un número de muertes comparable al de la Primera Guerra Mundial. De hecho, muchas de las guerras más sangrientas de la historia ocurrieron exclusivamente dentro de China. La principal preocupación estratégica era, entonces, cómo mantener su sistema imperial consolidado, mientras que en otras partes del mundo la cohesión interna era una preocupación secundaria.
Esto ha cambiado drásticamente en términos estratégicos en los últimos años, especialmente desde 1978, cuando comenzó la política de reforma y apertura que integró a China a la economía mundial. Este proceso permitió un desarrollo económico sin precedentes: en pocas décadas, 800 millones de personas salieron de la pobreza, y un país que en los años 70 tenía un PIB per cápita comparable al de un país africano se convirtió en la segunda economía más grande del mundo, capaz de competir en tecnología de vanguardia con Estados Unidos.
Sin embargo, este progreso tiene su costo, ya que China nunca ha sido tan vulnerable a factores externos. Hoy es el principal importador de alimentos y de petróleo del mundo, pero no controla los océanos, ya que esta es una prerrogativa de Estados Unidos. Por primera vez en su historia, la posibilidad de un bloqueo naval representa una amenaza existencial para China: el país no produce suficientes alimentos para abastecer a su población ni suficiente petróleo para sostener su economía. Así, el gran imperativo de Beijing es encontrar una manera de superar esta vulnerabilidad sin verse arrastrado a un conflicto en el tiempo y lugar que no elija.
E: ¿China es una nueva forma de imperialismo?
FT: China no cree en un ‘modelo chino’ que deba ser exportado. En cambio, considera su experiencia como una particularidad civilizatoria, ya que nunca ha tenido la vocación de difundir o imponer su cultura. Sin embargo, a medida que China gana en importancia, cada vez más regiones del mundo se acercan a ella. En contraste, el aspecto bélico y expansionista ha sido un rasgo innegable en la historia de Occidente, aunque más como un reflejo de un marco teórico fundamental. Desde el Imperio Romano, Occidente ha sostenido una visión profundamente universalista y evangelizadora de sus valores, con la idea de que estos son universales y que los problemas se resolverán cuando se unifiquen en torno a ellos.
Esta concepción, que puede parecer utópica, enfrenta un problema esencial: existen personas y culturas que no comparten estos valores. A lo largo de la historia, la expansión de Occidente ha sido impulsada por esta convicción universalista, desde la conquista de América, el liberalismo y el socialismo, hasta la Revolución Francesa y la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Incluso los movimientos políticos, sociales y culturales recientes han surgido en Occidente bajo esta idea de unificar al mundo en torno a ciertos valores. Esta convicción ha derivado en estrategias políticas que van desde intervenciones militares directas hasta el trabajo de ONG en distintas partes del mundo
E: ¿Podrías mencionar cinco elementos salientes que sitúan a China en el lugar de potencia mundial o mismo en la disputa de la hegemonía global? Enfatizando la relación existente entre el partido, el Estado, las empresas y el mercado.
FT: Un primer punto fundamental lo ilustra la famosa respuesta del expresidente de Francia, el general Charles de Gaulle, quien, cuando le preguntaron en los años 60 qué pensaba sobre China, dijo: ‘Pienso que China es un país grande, habitado por muchos chinos’. La primera ventaja clara de China es su dimensión cuantitativa. Es el tercer país más grande del mundo, con alrededor de 9 millones de kilómetros cuadrados, y una geografía diversa que abarca desde las estepas congeladas de Siberia hasta las playas tropicales de Hainan, pasando por la montaña más alta del mundo, junglas, desiertos y tierras ricas en minerales y tierras raras. Estas dimensiones son difíciles de apreciar en toda su magnitud. Además, es el segundo país más poblado del mundo, con 1,400 millones de habitantes. Como dijo Stalin en su momento, ‘la cantidad es una cualidad en sí misma’. Así, las dimensiones de China siempre le otorgarán peso en el escenario global, independientemente de lo que haga.
Otro factor crucial ha sido su liderazgo político. Tras la Guerra Civil y la consolidación de la República Popular en 1949, China evitó la fragmentación y logró unificar el Estado, con muy pocas pérdidas territoriales. En Asia Central perdió algo de costa en el noreste, en la región de Manchuria, y el territorio más significativo que perdió fue la actual República de Mongolia. Sin embargo, al observar un mapa de la República Popular China y compararlo con el último período de la dinastía Qing, las similitudes son notables, especialmente en un momento en el que China podría haber sido dividida en múltiples partes, como ocurrió con el Imperio Otomano.
El sistema de gobierno chino también ha permitido implementar distintas etapas de desarrollo con éxito. La economía centralmente planificada, de origen soviético, aunque con problemas de eficiencia a largo plazo, permite avances rápidos en poco tiempo, especialmente en la asignación de capital para construir infraestructura como ciudades, caminos, puertos y puentes en un país devastado. Este modelo creó una sociedad urbanizada, con una clase obrera disciplinada y fuerzas armadas modernas, firmemente subordinadas a la dirigencia civil. Así, China bajo este sistema nunca enfrentó un riesgo real de golpe de Estado ni tensiones civiles-militares, un problema delicado en América Latina, pero resuelto con eficacia en el modelo soviético.
Sobre estas bases, y aprovechando el contexto de la Guerra Fría, China implementó una política innovadora, integrándose a la economía global y logrando saltos cualitativos. A nivel anecdótico, China disfruta de ventajas importantes que otros países en vías de desarrollo no tienen. En términos simples, en China no hay armas ni drogas en circulación generalizada. Esto permite una mayor cohesión social y seguridad interna, una característica que también comparten Japón y Corea, países del este de Asia con una matriz cultural confuciana y una soberanía firme en cuanto al monopolio de la fuerza en sus territorios.
China ha desarrollado un sistema económico particular: aunque cuenta con un sector privado dinámico, los objetivos del desarrollo económico están definidos por el Estado. China sigue siendo un país socialista, y aquí surge un punto fundamental que marca una diferencia con los países capitalistas. En China, el dinero no otorga poder político. Esto implica también que ningún extranjero tiene poder en China. La influencia extranjera está estrictamente controlada, ya que los extranjeros no pueden poseer empresas en China: todas deben contar con un socio chino como accionista mayoritario (51%), lo que garantiza una soberanía económica significativa.
Es una cultura que ha puesto tradicionalmente mucho énfasis en la educación y el trabajo. Sin embargo, no creo en un ‘modelo chino de desarrollo’ aplicable a otros países. Los países en vías de desarrollo deberían centrarse en reflexionar y debatir cuál es el modelo de modernidad industrial que mejor se adapta a las particularidades de su sociedad, cultura y población.
E: Viniendo más para acá en el mundo, y resaltando que sos un estudioso del proceso de relacionamiento Argentina-China desde el año 1945 hasta el 2022, ¿cómo se relaciona Argentina con este proceso? ¿Cómo caracterizarías los distintos momentos de la relación de Argentina con China y cuál crees que es el patrón de relacionamiento que debería priorizarse?
FT: Desde 1945 en adelante, la relación entre Argentina y China ha experimentado muchos vaivenes. Inicialmente, la relación fue muy buena y se estableció con la entonces República de China, gobernada por el nacionalista Chiang Kai-shek, quien fue uno de los aliados en la Segunda Guerra Mundial y estaba destinado a ocupar un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. De hecho, la primera comitiva diplomática argentina fue enviada a China ese mismo año. El doctor José Arce presentó sus credenciales ante Chiang Kai-shek y negoció el apoyo de la República de China para el ingreso de Argentina a las Naciones Unidas como miembro fundador. Esto demuestra que desde el inicio de la estructura geopolítica actual, tanto China como Argentina han tenido factores estructurales que los llevaron a verse como aliados no tradicionales, ampliando así su margen de maniobra en el escenario internacional y multiplicando sus posibilidades diplomáticas.
Con el triunfo de la revolución socialista en China, Argentina no restableció relaciones diplomáticas formales con la China continental hasta 1972, en un contexto de acercamiento entre la República Popular China y Estados Unidos. Desde entonces, la relación bilateral ha sido muy buena, independientemente de los diferentes gobiernos argentinos. De hecho, el primer presidente argentino en visitar la República Popular China fue Jorge Rafael Videla en 1980. A pesar de liderar una dictadura militar fervientemente anticomunista, Videla continuó desarrollando la relación entre ambos países, una relación que se ha profundizado con el tiempo. A medida que China fue creciendo en importancia, los vínculos se hicieron más dinámicos. Aunque el intercambio comercial suele destacarse, también existen intercambios educativos y culturales, así como cooperación científica en áreas como biotecnología, energía nuclear, exploración espacial y campañas antárticas.
Esta relación ha sido dinámica, y aunque ha tenido algunas pausas y retrocesos, en general se ha desarrollado bajo un marco de creciente integración. Esta integración alcanzó un hito durante la presidencia de Alberto Fernández, quien firmó la adhesión a la iniciativa de la Franja y la Ruta, conocida como la Nueva Ruta de la Seda, un gran proyecto de infraestructura global impulsado por China. Posteriormente, Argentina recibió la invitación para unirse a los BRICS Plus, aunque desde la llegada de Javier Milei a la presidencia este proceso ha experimentado cierto enfriamiento.
No obstante, la realidad geopolítica en la que se basa la relación diplomática entre Argentina y China no ha cambiado. Si interpretamos el gobierno actual como una contingencia —una circunstancia histórica que no puede modificar los factores de larga duración— no habría impedimentos significativos para que las relaciones continúen avanzando como se han establecido previamente. China, un país con miles de años de historia en la misma ubicación, probablemente seguirá allí mucho tiempo más. Y Argentina, por muchas de las razones que hemos mencionado, será cada vez más valorada en el sistema internacional a medida que avance este siglo
E: ¿Cuáles son las principales problemáticas de la relación entre Argentina y China? Y después, por otro lado, teniendo en cuenta que Brasil parece tener una estrategia mucho más clara con el gigante asiático, ¿qué elementos destacables ves esa relación?
FT: Con relación a la primera pregunta, hay varios factores a considerar. Uno de ellos es la volatilidad de la política argentina, que afecta la relación bilateral con China, aunque no es el único factor. Existen otras potencias, como Estados Unidos, que no tienen ningún interés en permitir el crecimiento de la influencia china en América Latina. De hecho, los intereses estratégicos de Estados Unidos son opuestos a este objetivo, y el país tiene la capacidad de ejercer presión e influencia sobre los gobiernos argentinos.
Por otro lado, China también enfrenta dificultades para acercarse a Argentina y a otros países del mundo, ya que no posee el mismo nivel de influencia que Estados Unidos. ¿Cuál es la influencia cultural de China en Argentina? Es muy limitada. En general, los argentinos que hablan un segundo idioma hablan inglés, no chino. La cultura estadounidense es la que predomina: la gente ve películas estadounidenses, imita su cultura, y el lenguaje coloquial en Argentina está lleno de anglicismos cada vez más notables. En este sentido, China enfrenta un desafío en el ámbito del soft power, especialmente en el campo de la comunicación. En China, el periodismo tiene un enfoque diferente al de Occidente; en cambio, el modelo estadounidense es más polifónico, con medios que presentan una amplia variedad de discursos y posiciones que logran impactar desde múltiples ángulos, algunos de ellos incluso inesperados.
En cuanto a Brasil, una potencia regional y miembro fundador de los BRICS, ha desarrollado una buena relación con China. Tradicionalmente ha mantenido vínculos estrechos con Estados Unidos y Japón, y cuenta con una comunidad japonesa que ejerce cierta influencia. Desde la asunción de Javier Milei, he notado que en ciertos espacios se menciona el ejemplo positivo de Brasil bajo el liderazgo de Lula da Silva en su relación con China y otros países, mientras que el caso argentino suele usarse como un ejemplo negativo, especialmente en cuanto a las relaciones con China. Argentina tenía una relación bastante más fluida con China y, por diversos factores estructurales, era un socio natural para China en América Latina, incluso más que Brasil.
E: Para ir cerrando, ¿cuáles crees que son los intereses geopolíticos estratégicos de Argentina? ¿Y sus desafíos y potencialidades a cumplir?
FT: El interés geopolítico supremo de Argentina continúa siendo nuestro reclamo de soberanía sobre la Antártida, profundamente relacionado con nuestra reivindicación sobre las Islas Malvinas y otras islas del Atlántico Sur, sobre las cuales basamos también nuestro reclamo antártico. Si logramos esta soberanía, Argentina se convertiría en el séptimo u octavo país más grande del mundo, incorporando alrededor de un millón de kilómetros cuadrados de una región aún no explotada económicamente, pero con riquezas sustanciales. La Antártida, entonces, se presenta como nuestro mayor objetivo estratégico a largo plazo.
Para alcanzar este objetivo, Argentina debe resolver varios desafíos y apostar por un crecimiento económico que impulse su desarrollo, ya que hasta ahora ha estado por debajo de su potencial en términos económicos, sociales y políticos. A pesar de mi descontento con la situación actual, sigo siendo optimista respecto al futuro del país. Creo que para 2050, Argentina será un país estable y con futuro, algo que no puedo asegurar de muchas otras naciones en el mundo. Argentina no enfrenta amenazas existenciales: no hay indicios de que el país vaya a desaparecer. Además, cuenta con ventajas significativas, como una de las demografías más favorables dentro del G20, con una población joven que no enfrentará problemas de envejecimiento severo hasta la segunda mitad de este siglo.
Argentina es un productor de alimentos y cuenta con recursos energéticos como gas no convencional y petróleo —de hecho, se estima que la plataforma encontrada cerca de Mar del Plata es comparable a Vaca Muerta—. También tiene capacidad de generación nuclear y, además, es uno de los pocos países capaces de producir energía eólica y solar a gran escala. Posee amplios recursos minerales, no solo de litio, sino también de cobre, un mineral cuya extracción será crucial en los próximos 30 años.
Geográficamente, Argentina está situada entre una cordillera, un océano, una meseta y la región de la Mesopotamia en el noreste. La mayor parte de la población, la industria, los ríos navegables, los puertos y la producción alimentaria se concentran en una franja central mayoritariamente llana, lo que hace que sea un país muy difícil de fragmentar. Es también uno de los países más seguros en términos militares: es casi imposible de invadir y no enfrenta una hipótesis de conflicto activo ni amenazas nucleares en un contexto geopolítico global frágil. En este sentido, y aunque parezca irónico, Argentina tiene el potencial de convertirse en un símbolo de estabilidad.
De hecho, debería prepararse para, en 15 o 20 años, recibir una abundante inmigración de diferentes partes del mundo. Esta llegada de mano de obra capacitada y con capital acumulado podría representar un salto cualitativo significativo en poco tiempo.