El sociólogo argentino Julián Bilmes analiza estos tumultuosos tiempos que corren, con un recrudecimiento de la escalada bélica global y cambios radicales en el sistema mundial.
En estos tumultuosos tiempos que corren, pos pandemia de Covid-19 y con un recrudecimiento de la escalada bélica mundial en su fase híbrida (si bien sobresalen focos convencionales dramáticos como en Ucrania, la Franja de Gaza y un conjunto de países africanos y asiáticos), se han hecho cada vez más claros y evidentes para cualquier observador los crecientes síntomas de descomposición del orden mundial y de la hegemonía anglo-estadounidense, así como el devenir en curso hacia un mundo post-occidental. Esta crisis de hegemonía ha entrado en el devenir hacia la fase de desorden global o caos sistémico, profundizando los antagonismos estructurales del sistema capitalista mundial y su orden geopolítico como también las luchas para definir nuevos rumbos frente a la crisis civilizatoria que atravesamos. En contraste, se observa el ascenso y creciente preeminencia de China y los poderes emergentes con centro en Eurasia –en donde se destacan Rusia e India– y especialmente en lo que se conoce como Asia-Indo-Pacífico. Según la lectura que hemos sostenido en una serie de cuadernos y un libro de próxima aparición (1), se trata de grandes tendencias estructurales que están atadas a luchas políticas y sociales, y cuya aceleración y generalización las ha vuelto evidentes para todo el mundo y a todo nivel.
Se afirma aquí que el sistema mundial capitalista, moderno/colonial y occidentalocéntrico se encuentra en una profunda crisis. Es por ello que esta noción se utiliza recurrentemente para caracterizar el mundo en que nos toca vivir: crisis sistémica, crisis capitalista, crisis civilizatoria, crisis ambiental, crisis de hegemonía, crisis de refugiados, etc., con distintos enfoques o dimensiones a destacar. También se utiliza a menudo la idea de transición: geopolítica, hegemónica, histórica –o histórico-espacial–, energética, tecno-económica o tecno-productiva, etc. Evidentemente, y como dijera el Papa Francisco en el Encuentro Mundial de Movimientos Populares en 2015 en La Paz, este mundo (o el sistema) “ya no se aguanta”. La discusión –y disputa– está en hacia dónde, quiénes y cómo transicionamos, y se trata de una batalla de primer orden que se disputa en múltiples dimensiones y a niveles mundial, supra- y trans-nacional pero también a niveles regional, nacional y local.
De modo general y panorámico, se pueden señalar las siguientes tendencias, en sus distintas escalas y temporalidades, de la crisis y transición que atraviesa el mundo en que vivimos: 1) desplazamiento del “centro de gravedad” de la economía y el poder mundial de Oeste (u “Occidente”) a Este (u “Oriente”), esto es, del Atlántico Norte a Asia-Indo-Pacífico, en un proceso inverso al que se produjo hace dos siglos con la denominada “Gran Divergencia”, cuando se produjo la conquista y despegue del imperialismo occidental encabezado por Gran Bretaña; 2) crisis de la hegemonía anglo-estadounidense occidental y del orden mundial, a la par de la emergencia de una creciente multipolaridad frente al ascenso de China, Rusia y otros polos de poder que tienden a desplazar a EE.UU. como líder y a “Occidente” como centro del mundo; 3) crecientes contradicciones político-estratégicas y generalización de una guerra mundial híbrida que se desarrolla en diferentes niveles y planos (guerra comercial, monetaria-financiera, económica vía sanciones y bloqueos, de información, psicológica, cognitiva, etc.) y con escenarios atravesados por enfrentamientos que combinan formas militares regulares e irregulares y que involucran, directa o indirectamente, a las principales potencias mundiales; 4) crisis de la economía-mundo capitalista, luego del estallido financiero de 2008, en tanto crisis de sobreacumulación y realización (cuyas raíces se remontan a los años ‘70) pospuesta con financiarización y creación de “burbujas” especulativas, contrastada con la vertiginosa expansión material comandada por China y las potencias emergentes; 5) la emergencia y disputa en torno al nuevo paradigma tecno-productivo (usualmente denominado como “Cuarta Revolución Industrial” o “industria 4.0”), como fruto de la revolución tecnológica y “destrucción creativa” constante; y 6) proliferación de resistencias, insubordinaciones y disrupciones, con flujos y reflujos, en el denominado Sur Global, noción que refiere a las distintas regiones y zonas del mundo que fueron periferializadas por el colonialismo-imperialismo europeo entre fines del siglo XV, con la conquista de América, hasta el s.XIX, con la conquista de las grandes civilizaciones asiáticas y África.
Desorden mundial y disputa por su reconfiguración
La crisis de hegemonía ha dado lugar a la descomposición del orden mundial (2) que se estableció luego de la Segunda Guerra Mundial y que se fue reconfigurando hacia 1980-1990 bajo un formato multilateral globalista. Este orden implicó el ejercicio de dominación y conducción anglo-estadounidense y del Norte Global en el entramado político y económico mundial, a partir de un conjunto de instituciones que buscaban darle cierto orden y equilibrio al sistema internacional. Éste se fue resquebrajando y perdiendo grados de consenso, hasta su carácter hegemónico en el tablero mundial luego del 2008. Estados Unidos mantuvo su dominio, pero dejó de ser el árbitro global exclusivo de las relaciones internacionales.
La primacía del dólar y el poder financiero, la capacidad militar del Pentágono y sus satélites y el liderazgo científico-tecnológico son indicadores insoslayables del poderío de Estados Unidos. Sin embargo, en cada uno de estos terrenos se advierten hechos en estos últimos años que jaquean esa posición predominante, como la tendencia incipiente de desdolarización o la competencia tecno-productiva y también en el terreno bélico, de primer nivel, que han emprendido China y otros poderes emergentes. Basta revisar la gran prensa y las usinas de pensamiento occidentales para advertir las alertas y preocupaciones crecientes por los vertiginosos avances de China, gran “rival sistémico” declarado por Occidente, en tecnologías estratégicas del nuevo paradigma en ascenso, como las que refieren a la transición energética (por caso, lidera en la producción de energía solar, eólica y nuclear, construyendo megaproyectos de escala nunca vista, y también en autos eléctricos), inteligencia artificial, su primacía en cantidad de clúster científico-tecnológicos y sus avances en fabricación de productos de media-alta y alta tecnología, o su elevado grado de control y refinación de minerales críticos. O bien, los alertas con respecto a los avances de Rusia en materia tecno-militar (desarrollo armamentístico, capacidades supersónicas, nucleares, etc.) y su primacía como potencia energética, además de su sostenimiento económico frente al masivo paquete de sanciones occidentales de los últimos años, su sostenimiento en la guerra en Ucrania, pertechada y sostenida esta por la OTAN, e incluso también en torno a la alianza estratégica sino-rusa y sus iniciativas contrahegemónicas en materia de seguridad, inversión y comercio en Eurasia y con proyección global.
Esto implica también la crisis de la hegemonía del eje atlantista de la economía mundial, que tradicionalmente dirigió la civilización capitalista moderna, centrada, principalmente, en el norte de Europa Occidental y, actualmente, bajo la dirección estadounidense. Con el ascenso de Asia Pacífico y la reorientación del proceso de acumulación hacia allí, se profundizan también las contradicciones entre unipolaridad y multipolaridad relativa. A la par que se comenzaba a desgastar el diseño mundial unipolar hacia 2001-2008, se pueden identificar dos geoestrategias (3) diferenciadas a lo interno de EEUU y el mundo angloamericano en general (incluyendo también al Reino Unido y sus esferas de influencia): la unipolaridad unilateral, expresada por Trump, y parcialmente por Bush anteriormente, miembros del Partido Republicano estadounidense, como “reacción americanista” al declive; y la unipolaridad multilateral, más vinculada a los globalistas del Partido Demócrata como Clinton, Obama y ahora Biden. Desde entonces, la contradicción entre el unilateralismo americanista-anglosajón y el multilateralismo globalista se hace cada vez más profunda al interior del proyecto unipolar de los grupos y clases dominantes de EE.UU., Reino Unido y aliados. En cambio, la multipolaridad pone de manifiesto la posibilidad de distintos bloques de poder con sus respectivos proyectos estratégicos, como se expresa hoy en el foro BRICS+. Actualmente, se puede advertir que el orden mundial articula rasgos de multipolaridad con bipolaridad (EEUU vs. China).
Un espacio por demás relevante a destacar aquí es el foro de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que expresa un ascenso e insubordinación de las grandes semiperiferias del sistema mundial, protagonizada por potencias emergentes de escala continental en articulación global. De hecho, no resulta casual la aparición de los BRICS en la escena internacional en 2009, luego de la gran crisis de 2008, cuando se produce una bisagra en el capitalismo global y, con ello, un nuevo momento geopolítico, a partir del cual se consolida la situación de la crisis de la hegemonía anglo-estadounidense. Con la pandemia que se desató en 2020 se aceleraron las tendencias fundamentales de la actual transición del sistema mundial, entre otras el declive relativo del Occidente geopolítico y el ascenso de China y de Asia en general. Ese año se produjo un quiebre significativo en la economía global, con fuerte carga simbólica: los países agrupados en los BRICS superaron a los países del G7 en el porcentaje que representan sus respectivas economías medidas en PIB a paridad de poder adquisitivo (PPA). Esta tendencia secular, que avanza desde los años ‘80 bajo el liderazgo central de la locomotora China, continuó su curso luego de 2020 y probablemente vaya a continuar. Hasta el momento los intentos de Estados Unidos y el Occidente geopolítico para revertir estas tendencias —que se manifiestan en guerra global contra el terrorismo, la guerra comercial, la guerra tecnológica y la guerra económica a través de sanciones, o impulso de conflictos internos a los Estados considerados rivales, etc.— no solo no han logrado sus objetivos, sino que parecieran haber impulsado aún más la crisis de hegemonía y transformación del sistema mundial. La reciente ampliación del foro para constituir el BRICS+ (incorporando a Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Irán, Egipto, Etiopía y con la marcha atrás de Argentina bajo el gobierno de Milei) da cuenta de la extensión de este proceso a otros territorios del Sur Global, con importantes implicancias geopolíticas.
De este modo, comienza a emerger otro orden, de transición, inestable, relativamente multipolar con ciertos rasgos bipolares, y que se combina con una profunda crisis de hegemonía que avanza hacia la etapa de caos sistémico. A la par, la estrategia de política exterior china plantea un juego dual que mantiene en vigencia la institucionalidad creada por Estados Unidos en la posguerra (como el FMI, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio), a la par que ha creado nuevos instrumentos como los BRICS, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura que eclipsó al FMI y al Banco Mundial, el mayor acuerdo comercial del mundo: la Asociación Económica Integral Regional (RCEP en inglés) en Asia Pacífico y la exponencial Iniciativa de la Franja y la Ruta (o “nueva ruta de la seda”), suerte de plan de interconexión territorial y geoeconómica con base en Eurasia y de proyección planetaria.
Por ello, paradójicamente, mientras tomaba fuerza cierto debate al respecto de la idea de desglobalización, por el auge de política proteccionistas en el Norte global (como la apuesta por relocalizar las industrias y los empleos hacia sus países centrales de origen, o bien hacia países cercanos o amigos), se ha planteado la idea de una nueva globalización con características chinas. Sobresalen para ello factores como el enorme crecimiento chino de las últimas décadas y sus volúmenes excedentes de capital (financiero y productivo), su liderazgo en la diplomacia internacional, bajo su lema de una “comunidad de destino común para la humanidad”, y su poderío material en términos de capacidades económicas, tecnológicas y militares. Así, para el Sur Global, que fue periferializado y fragmentado como consecuencia de un tipo de desarrollo desigual por el actual sistema mundial, la propuesta china, que lo interpela e incluye como actor y parte fundamental, le ofrece una plataforma material de desarrollo que compite con el viejo esquema conducido y sostenido hegemónicamente desde el unipolarismo angloestadounidense. Corriéndonos de la polarización entre visiones demonizadoras o idealizadoras de China, podemos avizorar un gran desafío para el Sur Global en torno a la posibilidad de establecer las propias condiciones para que el ingreso en esta nueva institucionalidad –o nuevo orden mundial en ciernes– pueda contribuir en la promoción de capacidades y estructuras productivas, tecnológicas e institucionales, con un patrón inclusivo en términos sociales, y que busque reducir las asimetrías sociales y espaciales.
Nuestra América: ¿observadora o protagonista?
La acelerada transición geopolítica a la que asistimos puede representar tanto una oportunidad como una amenaza. Es conocida la idea acerca de que toda crisis implica una oportunidad, sobre la base de que las transiciones hegemónicas o del poder mundial abren condiciones para insubordinaciones de los pueblos y naciones oprimidos. En Nuestra América ello se vio claramente con el cambio de época de inicios del nuevo siglo, en pleno auge de insurrecciones populares, gobiernos progresistas y nacional-populares, nacionalizaciones de recursos estratégicos, políticas sociales y de inclusión, creación de organismos de integración regional autónoma como Unasur, Celac y ALBA. Sin embargo, promediando la segunda década se entró en plena restauración conservadora regional, y si bien asomó una nueva oleada progresista unos años después, la orientación estratégica de la región no termina de definirse en un sentido ni en otro, quedando presos más bien en una suerte de pantano que nos dificulta posicionarnos como un protagonista en estos tumultuosos eventos mundiales, en tanto polo de poder con voz propia, proyecto nacional y regional de desarrollo, visión y planificación estratégica, densidad nacional, capacidades estructurales y enraizamiento social popular.
Más bien, lo que se advierte con fuerza en este último tiempo es la puja de los grandes poderes, como la disputa EEUU-China y la carrera de las empresas transnacionales por las enormes riquezas naturales de nuestra región. Es ilustrativa al respecto la idea planteada por líderes y movimientos populares de Nuestra América en torno a un “nuevo ALCA”: no ya en referencia a un proceso de integración subordinado al imperio del Norte, como el que se logró derribar en 2005, sino a las apetencias y la voracidad imperialista por el agua, el litio, los combustibles y los alimentos de nuestra región. Es que en un mundo en plena escalada bélica y competencia estratégica cada vez más aguda, la idea de seguridad asume un lugar de creciente peso en las agendas globales (energética, alimenticia, nacional, de las cadenas de suministro, etc.), y se vuelve un tópico de primer orden el acceso, la apropiación y disponibilidad sobre recursos naturales estratégicos como los minerales críticos, las fuentes de energía como el petróleo y el gas, las nuevas fuentes renovables, etc.
Frente a esto, el proceso de integración regional partido y la profunda penetración imperialista conspiran contra el uso que podría hacerse de la oportunidad histórica que presenta este tiempo que nos toca vivir. También, las debilidades de los gobiernos progresistas para realizar cambios estructurales que se materialicen en las condiciones de vida de las mayorías, en pos de ser verdaderamente populares y de evitar que estas sean ganadas por los “monstruos” que emergen en los claroscuros de esta transición –al decir de Antonio Gramsci–: las nuevas derechas como Milei, Bolsonaro y toda la constelación neofascista y neocolonial que se cierne sobre nuestra región.
En plena transición del mapa del poder mundial, con profundas transformaciones que apenas estamos vislumbrando, en la región recrudecen las disputas para definir el rumbo que se tomará. Es tarea de la militancia popular la reconstrucción del movimiento nacional y latinoamericano para estar a la altura de tamaño desafío y volver a plantearse la meta de la segunda independencia.
*Sociólogo y Doctor en Ciencias Sociales (UNLP). Becario de CONICET en el Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales.
1 Gabriel E. Merino, Julián Bilmes y Amanda Barrenengoa, China en el (des)orden mundial: la transición histórico-espacial y el nuevo momento geopolítico desde una perspectiva latinoamericana, Instituto Tricontinental de Investigación Social – Batalla de Ideas Ediciones, en prensa.
2 Se entiende a la hegemonía como un acople entre poder material (capacidades económicas, tecnológicas y militares), ideologías e instituciones. A su vez, la institucionalización de una determinada distribución de poder y de los códigos geopolíticos dominantes en un momento determinado, es lo que define un orden mundial particular.
3 La geoestrategia refiere a la administración estratégica de los intereses geopolíticos. La geopolítica, por su parte, refiere a la proyección del poder en el espacio.